CARMINA MACARONICA SELECTA

"Quid contentandum nisi contentamus amigos? / Hoc mihi servitium facias, tu deinde comanda, / nam, giandussa mihi veniat in culmine nasi, / ni pro te posthac Paradisos mille refudem", Baldus, V, 9, 295-298

sábado, 12 de mayo de 2012

CESARE SEGRE Y EL CONCEPTO DE DIGLOSIA



Cesare Segre enriquece las ideas de Paccagnella con la utilización del concepto sociolingüista de “diglosia”. Establece en un famoso artículo1 una tipología del macarrónico entendido en un sentido muy lato. Fija, así, en seis puntos un repertorio de tipos y autores: hasta el siglo XV, expresionismo basado en el dialecto más el toscano; dialecto como género o como registro, ambos típicos del Véneto; insertos dialectales en el toscano con fines miméticos; entre los siglos XV y XVI, cuando “el juego se realiza entre tres elementos: latín, toscano y dialectos”, toscano literario que se empina hacia el latín; latin que se “abaja” hacia el vulgar (el macarrónico propiamente dicho) y lengua literaria que se “abaja” a niveles inferiores2.

De acuerdo con la posición de Paccagnella de distinguir los textos híbridos de los macarrónicos recurriendo al concepto de interferencia3, Segre afirma que son posibles ulteriores precisiones debidas a la definición de “diglosia” dada por los sociolingüistas: “Se habla de diglosia cuando una comunidad recurre además de al lenguaje o lenguajes estándar, a una lengua fuertemente codificada, empleándola sólo para usos escritos o formales, nunca para la conversación ordinaria”4. Dice Segre que para la Italia del trescientos al cuatrocientos, con el latín más codificado (gramatica,5 de hecho) y más prestigioso, con el toscano literario ya vuelto paradigma y el dialecto local, se podría así hablar de triglosia. Esto resulta en una situación bastante anómala, si se advierte que frente a la lengua de uso, el dialecto, se hallan dos lenguas especiales de la literatura y la conversación culta: el latín y el toscano, aquélla más prestigiosa, hasta la inversión de las posiciones en ventaja de ésta6.

Señala Segre que en la diglosia (o en la triglosia) sucede que los niveles y registros altos son cubiertos por la lengua “superior” y los niveles y registros “medios” y “bajos” por la inferior, como si el espectro de la tonalidad estuviese distribuido sobre dos columnas, carentes una de la parte inferior, y la otra de la superior. Es en esta situación en la que se desarrollan los casos de mezcolanza. Se insertan en un contexto de lengua superior elementos de la inferior, cuando la primera necesita referirse a objetos y situaciones propias de la cotidianeidad. Esto se verifica cada vez que los portadores de la lengua “superior” deben tener particulares relaciones comunicativas con los portadores de la lengua “inferior” sin recurrir a esta última lengua: registros de declaraciones, actas notariales, sermones, etc.7

Las cosas, matiza Segre, se desarrollan de un modo muy diferente en literatura. En principio, toda lengua literaria debería ya contener los códigos internos que producen una mayor o menor solemnidad de estilo: el del estilo sublime, del estilo medio, y el del estilo humilde. Así, la lengua literaria, puesta al nivel más alto de la variedad estilística de una lengua, refleja en sí, con medios propios, toda la gama estilística de la lengua misma, con sus referencias a los contenidos, y, por tanto, a los contextos. Cuando hay una circulación social y cultural perfecta, -señala Segre- la lengua literaria continúa asimilando y codificando en sus niveles internos las formaciones lingüísticas de los diversos niveles y registros del uso social, así como éstos son alimentados por las elaboraciones de la lengua literaria8.

A tales condiciones se avecinaba bastante la Toscana, pero no la Padania, como se ha indicado ya. Para Segre, la labor de los macarrónicos paduanos fue la de engastar la columna de los niveles superiores del latín con la de los niveles inferiores, los del dialecto, fundiendo dos extremos lingüísticos, históricos, estilísticos y funcionales9. Se trata, de hecho, de dos estructuras lingüísticas separadas del todo (a diferencia de las del toscano y del dialecto); perteneciente una a quince siglos antes (dado que el fondo es virgiliano), la otra a la contemporaneidad; la primera de estilo sublime, la otra de estilo bajo; la primera exclusivamente escrita, la segunda exclusivamente hablada e informal, al menos en las variantes usadas10.

Considera Segre evidente que los macarrónicos han invertido la operación realizada por el medievo latino y vulgar: “En vez de promover el estilo humilde para representar contenidos sublimes, ellos han plegado el estilo sublime a representar contenidos humildes. En vez de conferir al sermo rusticus (en nuestro caso, el dialecto) la dignidad de las altas expresiones literarias, lo han recogido tal cual, imponiéndole travestismos gramaticales de inevitable efecto cómico. La violencia del destrozo estilístico se manifiesta como revolución del lenguaje: el choque de tonos como colisión de estructuras lingüísticas. Los impulsos hacia arriba y hacia abajo coexisten también en cada palabra, realizando las interferencias que son las células constitutivas del macarrónico”11.

Esta mezcla –afirma Segre- debe ser comprensible, disfrutable y eficaz. A esto sirven las normas impuestas por los macarrónicos en el empleo de su material bilingüe. Estas normas, ya estudiadas por Paoli, Migliorini, Bonora y Chiesa, dan en conjunto al latín la función de continente y al dialecto la de contenido. La adición a términos vulgares de partículas o desinencias latinas, su inserción en los armoniosos módulos del hexámetro o del pentámetro continúa renovando la comicidad del contraste entre lenguas, estilo y argumentos12.

Esta tentativa de redefinir las características del macarrónico, lleva a Segre a enfatizar un elemento que cree consustancial al macarroneo, y que es un impulso concurrente hacia los extremos de la gama estilística: “Los macarrónicos tienden a elegir en el vulgar y en los dialectos las palabras más expresivas. Pero con frecuencia es suficiente la naturaleza netamente vulgar de un término para que ése “funcione” en el contexto. En suma, el dialecto está tan claramente connotado en su totalidad, que no resultan igualmente connotados todos sus términos. Por eso mismo, la búsqueda de connotaciones es mayor propiamente en el latín, y en dirección diametralmente opuesta, la de lo sublime, como se ve en las alusiones folenguianas a Virgilio. Los extremos estilísticos son, pues, también extremos cronológicos, si es verdad que el latín más vulgarizante del medievo ha sido rechazado por poco reactivo a un empeño expresionista”13.

Lo que caracteriza a los macarrónicos –concluye Segre- no es ya el aproximar dos o más estratos lingüísticos (lengua, dialecto, etc.), sino utilizar los contrastes históricos y tonales internos a los estratos; mantener los estratos en una perspectiva diacrónica, proyectando en su interior el contraste externo entre ellos; establecer un equilibrio perpetuamente inestable, aunque con reglas para su inestabilidad; crear con frecuencia neologismos, instituyendo líneas ficticias de desarrollo temporal y lingüístico. La revolución de las jerarquías tonales viene por tanto realizada concomitantemente sobre la polaridad lengua-dialecto, y sobre la polaridad lengua antigua-lengua moderna, así como sobre otra polaridad menos macroscópica: dialecto-dialecto (de regiones diferentes), lengua literaria-lenguas especiales (científica, filosófica, etc.), etc14.





Imagen: el profesor Cesare Segre


1 Cf. C. SEGRE, “La tradizione macaronica da Folengo a Gadda (e oltre)”, Atti Convegno 1977, pp. 62-74
2 Cf. ib., pp. 62-63
3 Cf. ib., p. 65
4 Cf. ib., pp. 65-66
5 Recuerda Curtius cómo a partir de los siglos XII y XIII, que marcan el apogeo de la poesía y la ciencia latinas, el latín recibe también el nombre de grammatica, “lengua artística inventada por sabios, una lengua inmutable” (cf. E. R. CURTIUS, La littérature européenne et le Moyen Âge latin, Presses universitaires de France, 1991 [1956], p. 66).
6 Cf. C. SEGRE, o.c., p. 66
7 Cf. ib., p. 66.
8 Cf. ib., p. 66
9 Cf. C. SEGRE, o.c., pp. 66-67. C. F. Goffis expresó su oposición a la identificación en esta diglosia de los niveles “superiores” con el latín, y de los “medios” e “inferiores” con los del dialecto, en la idea de que en poesía cada lenguaje posee su propio “sublime” adecuado a cada contexto: “È facile accorgersi che in poesia non esistono registri precostituiti: il latino sarà lingua nobile nella storia della civiltà, non nell’atto poetico, dove migliore è il lessema o il sintagma che consente il risultato estetico. Soltanto con l’esame del Baldus si determina che cosa si debba intendere di volta in volta per livelli e registri “superiori”, “medi” e “bassi”, in rapporto alla poesia, non corrispondenti esattamente ad una scala di valori curiali, ecclesiastici, sociali. Il macaronico è lingua d’arte, personale ed esclusiva, non utilizzable per rapporti di società: al livello massimo della sua espressività ci può stare il sentimento cavalleresco, oppure il grido dell’anima plebea sofferente, oppure l’atto di coscienza e l’ardore religioso. Chi ha detto che in tutti questi casi la componente lingüística con cui si tocca la vetta dell’espressione poetica, la più adeguata alle varie forme di sublime (che può addiritura essere orrido) sia la componente latina? Ogni linguaggio, insomma, senza riferimento al prestigio di cui gode presso un certo publico, ha un proprio “sublime”, quando perfettamente risponde al gusto che anima il testo per cui viene eletto” (cf. o.c., pp. 139-140)
10 Cf. C. SEGRE, o.c., p. 67. La polaridad extrema histórica y cultural en que se sitúan latín y dialecto en el macarroneo es una muestra de la aplicación que hace Segre del principio de “abajamiento” bakhtiniano. Identificando la cultura “oficial”, abstracta y sublimadora con lo elevado y la cultura cómica popular con lo bajo, crea Bakhtin una metáfora espacial que le permite hablar de “movimientos” de arriba abajo, de efectos materialistas derivados de su identificación de esa parte baja opuesta a la elevada con “los bajos materiales y corporales”, es decir, con el bajo vientre corporal, lugar donde se realizan todas las operaciones (digestión, fecundación, etc.) relacionadas con la renovación material de la vida. Esta imaginería, brillante pero simplificadora, le permite a Bakhtin, sin mucho empacho, presentarnos a Rabelais como un materialista histórico ante litteram (cf. o.c., p. 363: “Pour la majorité de ces philosophes de la Renaissance [Pic de la Mirandole, Pomponazzi, Porta, Patricius, Bruno, Campanella, Paracelse, etc.], l’astrologie et la “magie naturelle” jouent un rôle plus ou moins grand. Or, Rabelais ne prenait ni l’une ni l’autre au sérieux. Il confrontait et reliait les phénomènes dissociés et terriblement éloignés les uns des autres par la hiérarchie médiévale, il les détrônait et les rénovait sur le plan matériel et corporel, sans avoir recours à la “sympathie” ni à la “concordance” astrologique. Rabelais est un matérialiste conséquent. Mais il ne prend la matière que sous sa forme corporelle. Pour lui, le corps est la forme la plus parfaite de l’organisation de la matière, partant, la clè donnant accès à toute la matière. Celle dont est fait l’univers dévoile dans le corps humain sa véritable nature et toutes ses possibilités supérieures: dans le corps humain, la matière devient créatrice, productrice, appelée à vaincre tout le cosmos, à organiser toute la matière cosmique; dans l’homme, la matière prend un caractère historique”). Pero los problemas surgen en la aplicación del principio del abajamiento al análisis lingüístico y estilístico del macarroneo. Así, frente al equilibrado concepto de “fusión orgánica” de elementos heterogéneos, el modelo del crítico soviético impone una bipolarización jerárquica casi insalvable de los elementos en cuestión (latín = cultura “oficial” sublimadora versus dialecto = cultura popular materializadora), que resulta claramente insuficiente cuando se confronta con la complejidad del fenómeno macarrónico en su desarrollo diacrónico. De tal modo, puede decirse que el latín macarrónico, incluso el prefolenguiano, no se nutre exclusivamente del acervo virgiliano, y que las variantes dialectales empleadas distan de ser exclusivamente habladas e informales sino también procedentes de la literatura dialectal como ha demostrado M. Chiesa (cf. “Del “rozzo parlar”” y “Sulla letteratura “alla bulesca””, o.c., pp. 146-156, 157-167). Tal teoría no da cuenta satisfactoria de la presencia en el macarroneo de otros elementos lingüísticos como el toscano literario y los préstamos de lenguas extranjeras. La razón de su éxito debe buscarse en la nueva pujanza que ha proporcionado a la vieja interpretación del macarroneo como parodia anticlasicista y antihumanista (cf. el aplauso a I. Paccagnella de E. BONORA, “Stato attuale degli studi folenghiani”, Atti Convegno 1980, pp. 30-31).
11 Cf. C. SEGRE, o.c., p. 67. Sobre la naturaleza de tales “impulsos hacia arriba y hacia abajo” cf. nota anterior.
12 Cf. C. SEGRE, o.c., pp. 67-68
13 Cf. ib., p. 68. La idea del macarroneo como resultado de un intento polemista de contraste y colisión entre dos estructuras lingüísticas totalmente opuestas desde el punto de vista cronológico y estilístico, choca con la intepretación de Bonora y Chiesa, que consideran que el poeta macarrónico emplea cualquier elemento lingüístico (el latín en toda su amplia gama histórico-cultural, el toscano, los dialectos, jergas, extranjerismos, neologismos) que le permita alcanza una mayor expresividad en el sentido de lo cómico. Por otra parte, Chiesa señalará en Folengo el limitado empleo de las jergas, lo que de acuerdo con la interpretación de Segre podría haber contribuído a reforzar ese combativo contraste entre estructuras (cf. M. CHIESA, “Cingar sciebat zaratanare”, o.c., pp. 113-124). Folengo, por el contrario, evitará estos extremismos y en las redacciones sucesivas de su obra empleará términos de una koiné dialectal suficientemente conocida. De difícil explicación en la teoría de Segre son también los “macarronismos morfológicos” de Paoli si éstos pueden identificarse con el “latín más vulgarizante del medievo” del que habla Segre, así como el predominio de uno u otro elemento lingüístico según lo exija el tono del discurso y la temática.
14 Cf. C. SEGRE, o.c., p. 69

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